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Un cuento de Navidad colombiano
Son las 11 y 43 p.m. del 24 de diciembre. Un autobus recorre lentamente las calles de la ciudad llevando a casa los últimos pasajeros de la noche. El día, el año y la vida les pesan a todos y sus inexpresivas caras son el fiel reflejo de ese desencanto por el mundo que llevan a cuestas.
El vehículo se detiene para dejar a un Papá Noel que no quiere llegar a casa, pero que irremediablemente debe hacerlo, quizás porque la soledad de su apartamento es una soledad incompleta sin él. Al momento de bajarse, la sonrisa de un niño, que se subió a hurtadillas al bus aprovechando que la puerta se abrió para dejar a este descolorido Santa Claus, lo hace pensar que tal vez este año sí va a sonar el teléfono a media noche.
«Buenas noches». A pesar de que pocos responden al saludo del niño, su voz logra llamar la atención de la mayoría de los pasajeros, y mientras va repartiendo caramelos puesto por puesto, muchos se preguntan qué hace un niño a esa hora de la noche trabajando y más aún a tan pocos minutos de Navidad.
Ya cada pasajero tiene en sus manos algo dulce y brillante que contrasta con su estado de ánimo y sólo resta que el niño empiece a contarles las razones que lo llevaron a trabajar en el transporte público y el costo de cada caramelo, como es el discurso usual de todos los que se suben a vender en los autobuses de esta ciudad.
Pero el esperado discurso nunca se da, el niño no acude al pesar de los pasajeros para obtener dinero sino que por el contrario se baja del vehículo en el siguiente semáforo diciendo únicamente: «Feliz Navidad», dejando a todos un poco confundidos y despertándolos de esa tristeza que no deberían llevar a sus hogares.
Rápidamente un pasajero de la última fila se levanta de su puesto y mira por la gran ventana de atrás del autobus intentando cruzar miradas con el niño para agradecerle por ese inesperado gesto, pero para sorpresa suya, la calle está vacía, absolutamente vacía, y a pesar de que el tramo de la vía es una gran recta sin lugar para esconderse, no existe ni el menor rastro del niño.
Varios pasajeros sienten también ese impulso repentino de asomarse por la ventana, y aunque ninguno logra ver al niño, lo que todos sí pueden ver es una gran estrella brillando en el cielo, la más grande y hermosa que han visto en sus vidas.
Fin.
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One Comment
David C.
Bonito cuento. Feliz 2012.
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