Lecturas varias
Correr.
(Se recomienda la compañía de un adulto responsable)
Parece un día normal. La ventana abierta del carro hace que la fresca brisa sea un alivio para el fuerte sol que hace en esta época del año, sin embargo Marcos no parece disfrutar del camino. A pesar de que está muy acelerado, viaja lento para no generar ninguna sospecha y sólo una hermosa mujer que pasa frente a su carro es capaz de sacarlo de esa agitada concentración.
Al llegar a la esquina, al semáforo, las cosas se ponen complicadas; aparece un extraño, alguien de la nada. Al parecer se trata de un ladrón que sin pensarlo dos veces se aproxima al auto y le apunta con un arma automática. Algunos rayones, golpes y desgaste propios de un arma que posiblemente ha sido disparada en muchísimas ocasiones no logran atrapar la mirada de Marcos, quien alterna su atención entre el frío cañón y el desesperado rostro del ladrón que refleja una desequilibrada mezcla entre odio y necesidad. No han pasado tres segundos cuando queda claro que la intención de este sujeto es bajar a Marcos a como dé lugar del auto. No han pasado cinco segundos cuando un rápido movimiento abre violentamente la puerta del conductor desde el interior contra la humanidad del ladrón, el golpe es fuerte pero sólo basta para alejar el cañón de la cara, no alcanza a pasar otro segundo cuando un segundo portazo hace tambalear una vez más al ladrón, pero sin moverlo de su actual posición. La mano de Marcos intenta agarrar el arma de este extraño hombre, que a pesar de su apariencia sucia y harapienta, deja ver que cada prenda de su vestuario es muy fina, y no cualquier ropa, se trata del tipo de ropa que casi nadie puede comprar. El semáforo cambia a amarillo, los peatones aceleran el paso al notar lo que ocurre, otros sólo observan desde el interior de los locales comerciales del sector mientras comentan en voz baja su hipótesis de lo que sucede afuera. El semáforo cambia a verde, los carros continúan pasando, entre ellos una patrulla de la policía que pasa velozmente con dos oficiales que al igual que Marcos hace un instante, se distraen viendo a una voluptuosa joven que va de compras con su novio por el otro andén, la ven y se quedan mirándola hasta que ella se pierde entre las vitrinas del siguiente local y hasta que ellos se pierden al dar vuelta en la siguiente esquina. Los carros pitan, el carro que hasta hace poco conducía Marcos tranquilamente, empieza a generar un represamiento; por el rostro de Marcos empieza a bajar lentamente una gota de sudor mientras que con un rápido movimiento toma como puede el cañón del arma contra la palma de su mano izquierda y lo apunta hacia otro lado.
Los pitos de los carros cada vez más fuertes, la gente que se queda viendo la situación, la patrulla que pasó a pocos metros, la inesperada reacción de su victima y el ensordecedor latido de su propio corazón, hacen que los dedos del perpetrador se deslicen sobre el gatillo del arma sin mucha convicción. Suena un disparo, la bala atraviesa la palma de la mano derecha de Marcos y las gotas de sangre llegan hasta el agujero que se acaba de formar en el parabrisas y caen también contra la cara de Marcos que todavía no tiene dibujada la expresión de dolor. La bala cruza la calle y atraviesa un vidrio, un dummie de payaso y el vaso lleno de gaseosa de un combo agrandado para finalmente atravesar la gorra de un joven pelirrojo que atiende en la caja registradora. El joven cajero no sufre ningún daño, lo salvó no llevarla bien puesta, dejando así el espacio justo para que la bala pasara sin comprometer su integridad. El joven queda estupefacto, y al voltear a ver la bala incrustada en la pared, no sabe si reír o llorar cuando ve que la bala reposa justo en la frente de la imagen del empleado del mes: su propia imagen.
La calle queda en silencio por un momento, los carros ya no pitan y la gente que estaba en los andenes ahora está adentro de los locales, llevando la vista de lado a lado para intentar ver de dónde vino el disparo. El corazón de este extraño ladrón de finas ropas parece que va a reventar, late más rápido que nunca; en cambio el de Marcos parece haberse detenido por un momento. Por fin aparece la expresión de dolor en el rostro de Marcos, el forcejeo continúa y se escucha un segundo disparo. A pesar de todo la mano de Marcos nunca soltó el cañon del arma, así que el segundo balazo pasa de nuevo por el mismo sitio, aumentando el tamaño del agujero en la palma de Marcos. Los dos, el desconocido y su víctima, se quedan viendo a los ojos por un momento sin saber cuál está más asustado, Marcos sólo logra decir algunas palabras: “tú ya no existes, ¿qué haces aquí?”.
El ladrón muy sorprendido y confundido por estas palabras suelta el arma y empieza a mirar con angustia hacia todos lados, empieza a correr, pero pocos pasos después se detiene y en un breve momento de lucidez, decide regresar a recoger el arma antes de huir. Al volver no puede evitar quedarse viendo el cuerpo de Marcos que ahora está mitad dentro del carro y mitad caído sobre el andén, no es la muerte, es un desmayo. El extraño sujeto empieza a correr a la máxima velocidad que sus temblorosas piernas pueden darle; corre varias cuadras sin que nada pase por su mente, sólo las ganas de estar lo más lejos posible del lugar y llegar muy pronto a donde están las respuestas; corre y corre hasta que un enorme camión de carga se atraviesa inesperadamente en su camino, el camión no lo arroya, más bien él arroya al camión. Su cuerpo se estrella a gran velocidad contra el costado del furgón, rebota y aunque no pierde el sentido, queda tirado en medio de la calle sin que su cuerpo pueda reunir las fuerzas suficientes para obedecer las ordenes de su cerebro que le exigen seguir corriendo; tiene una gran cortada en la frente, su arma está a pocos metros y ahora le suma más sangre a la suciedad de su traje, que probablemente es de la misma marca de los que se ven en las vitrinas de los lujosos almacenes que están a su alrededor.
La gente está confundida: si éste era un ladrón… ¿por qué no se llevó el carro? Y si éste era un asesino, ¿por qué no liquidó a su victima habiendo tenido la oportunidad de hacerlo? Las preguntas siguen, las conjeturas empiezan a aparecer, pero todo se ve interrumpido intempestivamente, la multitud empieza a dispersarse, todos gritan sorprendidos, es Marcos quien se ha levantado de repente reflejando mucha ira en su rostro. Al ver el agujero en su mano, un escalofrío recorre cada rincón de su anatomía, es miedo y dolor. Desde lo más profundo de sí, surge un impulso incontenible: correr. Sin pensarlo dos veces, Marcos se abre paso entre los curiosos que aún permanecen aglomerados alrededor suyo, ya se escuchan las sirenas de las ambulancias o quizas de la policía, pero no hay tiempo de esperar, hay que correr.
Pronto la policía llega al lugar de los hechos, acordonan el área y los que no están persiguiendo a Marcos empiezan a interrogar a las personas del sector. En los radios se puede escuchar que a pocos metros de allí acaba de pasar algo similar, un herido se ha levantado de repente y ha empezado a correr. Pocos metros después Marcos llega a una avenida principal, mira hacia los dos lados y tras un breve momento de duda, continúa corriendo en dirección al norte. Su mano está perdiendo más sangre cada vez pero no hay tiempo de detenerse, sigue corriendo por un corto trecho pero esta dolorosa herida comienza a ser una complicación seria. El enorme hospital que está frente a él definitivamente no es una opción, así que hay que encontrar una farmacia, no sin antes buscar en los bolsillos de su pantalón tipo cargo unos extraños objetos negros del tamaño de un teléfono celular, para dejarlos adheridos sobre algunas paredes en su camino.
Una pareja de policías logra ver a Marcos pasar a través de una de las entradas de un modesto parqueadero y sin siquiera pensar en subir a su patrulla que está a pocos metros de allí, empiezan a correr, sumándose a una persecución que hasta ahora se torna infructuosa debido a la escasez de policías en este tranquilo sector de la ciudad. Los policías cruzan la calle y usan la misma entrada que usó Marcos. El policía de mejor estado físico está llegando primero al otro lado del parqueadero mientras su obeso compañero intenta seguirle el paso. Pero pronto esa dificultad de correr a la par de su compañero se vuelve su salvación, pues al llegar a la otra salida del lugar, una inesperada explosión consume a su compañero en muy pocos segundos; sólo hay gritos de dolor y llamas en frente suyo. Pasan algunos segundos y el obeso y ahora pálido policía continúa inmóvil con los brazos caídos contemplando sin reacción a su amigo que convulsiona en el suelo. El macabro brillo del fuego que envuelve la agonía del policía caído se refleja en la cara de su compañero y sólo el llanto de una mujer que estaba a punto de subir a su auto logra traer de vuelta a la realidad de esta situación al policía que aún está en pie. La reacción es violenta, lo primero es quitar el seguro de su revólver, lo que sigue es disparar 1, 2, 3, 4, 5 desesperados balazos a su compañero para no alargar su padecimiento, lo que sigue es mirar a su alrededor y ver la expresión confundida de un par de trabajadores del parqueadero que acaban de llegar, lo que sigue es sentir cómo esa mirada confundida parece ser en realidad una mirada acusadora, lo que sigue es ponerle fin a su propia vida con la última bala que le quedaba. Esto pone fin al llanto de la mujer y deja a dos empleados frente a una escena que nunca imaginaron presenciar.
Más allá, Marcos sigue corriendo y al llegar a una farmacia, dos clientas salen corriendo escandalizadas del local al ver el aspecto desesperado de Marcos, quien ha entrado muy agitado, gritando, sudando en exceso y llenando de sangre todo a su paso, incluso a la pequeña mascota de una mujer que espera sus medicinas. El insignificante perro ladra de una manera insoportable mientras se sacude la sangre humana que lo baña, salpicando así las paredes del local. A lo lejos se pueden escuchar nuevas explosiones. La mujer encargada del negocio queda muda, no sabe qué hacer ni qué decir ante esta inusual situación, pero los gritos de Marcos pronto la hacen reaccionar. Vendas y esparadrapo rápidamente cubren la herida de Marcos, la idea no es hacer una curación completa, es simplemente detener la hemorragia. El trabajo se hace a regañadientes pero muy rápido. La dueña del perro se acerca a recogerlo, pero con tan mala fortuna, que su mascota una vez más se sacude y llena de esas indeseables gotas rojas toda su cara y todo su vestido de diseñador. La mujer se limpia el rostro y mira con miedo pero muy ofendida a Marcos; Marcos interrumpe su dolor por un instante y le da paso a una cínica sonrisa, asegurándose de que la dueña del perro pueda verla.
Marcos se despide de la improvisada enfermera con un gesto cordial que en otro contexto hubiera iniciado una larga conversación y abandona el lugar no sin antes mirar un pequeño televisor que cuelga en una de las esquinas del lugar. En las noticias sólo se ven más y más policías muertos, peatones quemados, vándalos aprovechando la situación para saquear el sector; es un caos total, la gente corre de un lado a otro y la policía no hace nada, están esperando refuerzos de la zona norte de la ciudad. A unos metros de allí, en medio de los escombros que dejó una explosión, está un hombre cambiando su sucia ropa por una más ligera, y como puede, logra vestirse con la ropa deportiva que no está en llamas como el resto del almacén. A pesar del afán y de sentirse perseguido, este hombre escoge con cuidado las prendas que mejor combinan; con las prendas que va descartando se limpia el sudor y la sangre de la cara. Finalmente sale del sitio intentando pasar desapercibido y, una vez más, empieza a correr, pero al voltear en la siguiente calle se encuentra en medio de una balacera. Retrocede unos pasos y se resguarda detrás de una pared. Es increíble, se trata de dos niños de unos 10 años que en medio de esta irreconocible ciudad juegan a policías y ladrones con las armas que seguramente le quitaron a algún policía muerto. Luis no da crédito a lo que ven sus ojos y continúa escondido detrás de esa pared; es muy extraño ver a dos niños haciendo disparos sin dirección y sin conciencia; sin embargo algo atrapa toda su atención.
Lo primero que hace es revisar sus bolsillos y hacer un breve recuento de su huida, su mente regresa a toda velocidad a un momento clave: el momento cuando salió corriendo después de estar inconciente por algunos segundos; en su afán seguramente habría dejado caer su arma y ahora esa vieja arma era disparada por uno de estos niños… Si la suerte había traido de nuevo el arma hasta él, había que recuperarla. Así que con mucho cuidado Luis dio tres largos pasos y con gran agilidad le rapó el arma al niño.
No acababa de recuperar su arma cuando una aguda corriente de calor rozó su cuerpo, lo necesario como para provocar un intenso dolor. De inmediato Luis soltó al niño y giró enfurecido en dirección al origen de aquel balazo que afectaba su brazo, pero al dar vuelta lo único que encontró fue a un niño muy confundido y tembloroso que sostenía un arma sin saber bien qué acababa de hacer. Luis tampoco supo que hacer, así que abandonó silenciosamente el lugar con su arma en la mano, dejando atras a dos niños que en lugar de haber aprendido la lección, empezaban una discusión infantil que los llevaría a decidir realizar nueva búsqueda de algún cuerpo de policía para conseguir una mejor arma.
Otra explosión, “por lo menos 5 artefactos han explotado en la última hora” dicen los periodistas que transmiten en vivo los sucesos para el canal 17. Marcos continúa corriendo y al pasar unas cuantas calles, se encuentra con un increíble contraste: acá el ambiente es de silenciosa paz y se puede deducir que los únicos lugares donde hay caos, son los mismos lugares donde se activaron algunas de las cargas explosivas que él acababa de instalar. Quizás el miedo fue el que vació estas calles aledañas. Marcos se toma un momento para respirar profundo y observar atentamente a su alrededor. Una silueta cruza a lo lejos y de nuevo empieza la carrera, Marcos empieza a perseguir a Luis. Sólo el estruendo que produjo Marcos al tropezar con unos carros de mercado abandonados frente a una tienda, hace que Luis se percate de que su víctima es ahora quien lo persigue.
Luis se detiene de inmediato, da la vuelta y saca el arma de su bolsillo, apunta directo a la cabeza de Marcos quién sorprendido queda inmóvil y sin reacción.
Una gota de sangre aún se desliza por la frente de Luis y finalmente cae en uno de sus ojos; el ardor se siente de inmediato y lo obliga a parpadear de más y a limpiarse rápidamente con la manga de su chaqueta. Al terminar de pasar la mano por su rostro, Marcos ya no está ahí, sólo se puede escuchar un ruido que se aleja por uno de los callejones que hay a su alrededor. Luis empieza a perseguirlo pero se arrepiente rápidamente y prefiere retomar el camino que llevaba. Corre más y más sin dejar de mirar hacia atrás de vez en cuando, continúa corriendo. El aire empieza a ser insuficiente y el calor corporal insoportable, así que es inevitable detenerse un momento a pesar de estar a muy pocos metros del lugar que busca. La intermitente luz del letrero de una fachada cercana alcanza a iluminar a Luis, quien está con las manos sobre sus rodillas, casi ahogado.
Bang. Un balazo en la espalda. Luis cae al suelo, y sacando fuerzas de donde no hay, se da la vuelta para quedar mirando en dirección a su posible verdugo; las fuerzas sólo le dan para arrodillarse, no para ponerse de pie. Es Marcos quien le acaba de disparar a dos manos. La energía de Luis se agota. Marcos se acerca de a poco y no está menos cansado que su oponente. Luis nota que el arma de Marcos es la misma que usaba unas cuadras atrás el niño que lo hirió en el brazo. El segundo disparo está a punto de suceder.
Bang. Marcos recibe un balazo en una de sus piernas y tiene que apoyar una de sus rodillas en el suelo, muy cerca de Luis, quien en realidad estaba apuntándole al pecho. Los dos están alistando un disparo más.
Ya es de noche y ninguno repara en ello; ni el viento ni el frío pueden distraerlos de su objetivo. Los brazos se estiran, cada uno está en la mira del otro. Se levantan muy lentamente sin dejar de apuntarse y quedan parados frente a frente, los dos tiemblan, sudan, sangran, respiran agitados, sólo hace falta ver quien dispara primero. Marcos está claramente en ventaja, pero Luis se convence a sí mismo de que no tiene esa gran herida en su espalda y se enfrenta a su rival. Ninguno quiere decir nada. Ninguno puede decir nada.
Bang. Suenan dos disparos casi simultaneos. Los cuerpos sin vida de Marcos y de Luis están tirados en medio de esta oscura calle, cada uno con un balazo en la frente. A lo lejos se ven pasar dos niños con sus morrales llenos de los caramelos que acaban de comprar con el dinero que recibieron al vender el arma de un policía muerto a un extraño que se hizo pasar por policía. A pocos metros de los cuerpos inertes de Marcos y Luis hay una ventana. La persiana se cierra y el aviso luminoso de la entrada deja de funcionar; al parecer se trata de un viejo sitio de videojuegos.
La última luz del edificio se apaga y del local sale un hombre con un gran abrigo. Camina con la seguridad del que sabe para donde va. Se acerca a los cuerpos de estos dos hombres que por poco llegan hasta su puerta, se inclina y revisa los bolsillos de cada uno.
Del bolsillo de Marcos saca tres identificaciones, todas tienen el mismo logo del sitio de videojuegos, pero son identificaciones de un laboratorio, todas con la foto de Marcos, pero todas con diferentes nombres: en una se llama John, en otra Marcos y en la otra se llama Luis. Del bolsillo de Luis saca un juego de identificaciones igual, tienen el mismo logo del laboratorio y una dice Luis, la otra dice Marcos y la otra dice John. El hombre del abrigo mira cuidadosamente las 6 identificaciones y comprueba que en todas aparece el mismo rostro: el rostro de Marcos, idéntico al rostro de Luis. Luego alinea las identificaciones y las pone junto con otras tantas que acaba de sacar de uno de los bolsillos de su abrigo; las demás identificaciones están organizadas de a tres, siempre con la misma secuencia de nombres para el mismo rostro: Marcos, Luis y John. A lo lejos se ve la luz de una linterna aproximarse de frente. Rápidamente el hombre reúne todas las identificaciones, las guarda en su bolsillo y empieza a caminar. La linterna es de un policía.
Metros después, él y el policía se encuentran, y tras un breve intercambio de miradas, se alejan silenciosamente sin la más mínima sospecha. El policía va directamente hacia los cuerpos pero aún no los divisa; el hombre del abrigo se pierde entre las sombras.
La luz que lleva el policía finalmente encuentra algo extraño y se posa sobre los cadáveres; el policía involuntariamente deja caer su linterna, no puede creer lo que ve y un miedo inmenso lo invade por completo al percatarse de que los dos muertos son iguales entre sí, y peor aún, son iguales al sujeto con el que acaba de cruzarse.
Bang. Suena un balazo.
Fin.
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